A propósito de la masiva generación de contenidos por parte de medios tradicionales y redes sociales, provocada por la pandemia del virus COVID-19, sentimos como Consejo Regional del Colegio de Periodistas de Chile la necesidad de invitar a la comunidad a hacer una reflexión respecto de nuestra responsabilidad en este contexto, no sólo como personas en el ejercicio de la comunicación masiva, sino también como prosumidores, es decir, como productores y consumidores simultáneos de información, a través de nuestras vías individuales de difusión.
El caso de la manifestación en las afueras del muelle Arturo Prat de Punta Arenas a inicios de esta semana, es uno de los que inspiran esta carta, pues se trata de una clara muestra de la necesidad de contar con suficiente información para tomar acciones, sobre todo cuando son tan masivas y, por lo mismo, contraproducentes con los esfuerzos que estamos haciendo como comunidad para reducir los contagios con esta enfermedad. ¿Qué barcos eran? ¿Cuál era su ruta y su destino original? ¿Cuánta gente venía? ¿En qué situación epidemiológica y familiar? ¿Cuántos días llevaban a bordo? ¿Estaba al tanto la autoridad sanitaria? ¿Qué protocolos tenía pensado activar si descendían o si volvían a bordo? ¿Qué efectos para los y las residentes tenía esta maniobra? Ocho preguntas y podríamos sumar más, cuyas respuestas parecen imprescindibles antes de tomar la decisión de acudir a manifestarse.
¿Cómo reaccionamos los medios de comunicación ante situaciones como ésta? Ya pasaron los tiempos en que la comunidad se informaba primero a partir de nosotros. Muchas veces estamos llegando después de que los acontecimientos suceden, ya sea porque no tuvimos la capacidad de preverlos, reporteando por ejemplo todos los frentes referidos a acceso de personas en riesgo de contagio, ya sea porque la ciudadanía está suficientemente equipada para generar sus propios contenidos antes de llamar a un o una periodista. Pero una vez que el hecho ya está en proceso, ¿qué podemos hacer para enfrentarlo? ¿Quedarnos con una versión – la de la gente que se manifiesta – o buscar todas las que terminan de explicar la situación? Precisamente, para eso fuimos formados; para transmitir todas las miradas que, juntas, configuren una información veraz y oportuna, incluyendo el derecho a réplica y el deber de chequear, contrastar y verificar, todo lo cual completa la versión del “reportero ciudadano”, y queda disponible para tender los puentes de la comunicación, ésos sin los cuales no se puede cumplir la misión de construir una comunidad a partir del entendimiento mutuo.
El escenario de pandemia en el que estamos viviendo, obliga a pensar, mucho más todavía en la ética de nuestro trabajo. Sabemos que el aislamiento y la comunicación vía redes sociales, completa la visión de los medios, al tiempo que es caldo de cultivo para sembrar el pánico, sobre todo cuando los canales oficiales se toman más tiempo para ponderar la información antes de emitirla, dejando espacio para los rumores y las elucubraciones. La instantaneidad de la difusión masiva de contenidos obliga a las personas que participan de las Comunicaciones, a reflexionar antes de propagarlos, con pensamiento crítico y constante duda respecto de aquellas aristas que pueden no haber sido abordadas. Hemos visto cómo Internet modernizó la forma de vincularnos, evidenciando que todos(as) somos comunicadores(as), y desafiando, por tanto, nuestra responsabilidad social, aún mayor entre quienes ejercemos este oficio.
La intensificación de la movilización nacional de la que hemos sido testigos desde el 18 de octubre, nos enseñó una cosa, entre tantas: que todo “lo que se dice” tiene un “quién lo dice”, y que eso no se nos puede olvidar al evaluar el mensaje, sea o no sea masivo. Quisiéramos caminar hacia una multiplicidad de versiones, para que cada vez haya más voces construyendo la noticia que difundimos. Sólo así podremos, además, tener un relato a la altura de la complejidad del mundo de hoy, superando la recurrencia de fuentes informativas que, históricamente, han recaído en personas con poder en ámbitos de acción social, política, cultural y económica, para sumar a aquéllas que no lo tienen. Eso también piden en las calles quienes exigen el derecho a la participación que les corresponde en diferentes espacios, y la construcción del relato no es la excepción.