Muchas veces los seres humanos tendemos a no reconocer las cualidades de los demás, impulsados talvéz por esa humana tentación de minimizarlos, en busca de lograr destacar en lo personal.
O’Higgins vivió en vida en forma reiterada dicha actitud por parte de sus contemporáneos, en especial por aquellos que nunca le perdonaron que les quitara las preventas propias de una monarquía, que no se condecían con los atributos esperables en los habitantes de un nuevo Estado independiente.
Los que habían perdido sus títulos de nobleza y ya no disfrutaban de un poder absoluto en el nuevo Chile, recurrían a las expresiones y calumnias más bajas con tal de desprestigiarlo.
Parte de ello llegó hasta nuestros días, afortunadamente en forma mínima, pero aún perceptible, olvidando que el humilde niño nacido en la provinciana Chillán, se alzó por sobre sus contemporáneos llegando a ser solo por méritos propios, Capitán General de Chile, Brigadier de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gran Mariscal del Perú y General de los Ejércitos de la Gran Colombia.
Hoy su figura se alza señera, demostrándole a las actuales generaciones de chilenos, que el único atributo valedero, es simplemente el mérito.