Con atención leí en el cuerpo de reportajes del domingo pasado la entrevista efectuada a la Sra. Lucía Dammert, peruana nacionalizada chilena, experta en materias de seguridad y asesora en el gobierno de Bachelet 2.
En ella, el periodista le pregunta si estaría dispuesta a devolver el buque “Huáscar”, en caso de que sea requerido por la nueva autoridad peruana. Su respuesta fue: “Si el Perú pide el “Huáscar”, estaría por devolverlo. El futuro común necesita mecanismos de confianza mutua y limitación de cualquier narrativa belicista actual o del pasado”. Sin duda que su contestación es simplona, feble y con total falta de argumentación.
El “Huáscar”, construido en 1865 por los astilleros británicos Laird & Brothers, sirvió en la Marina de Guerra del Perú hasta el 8 de octubre de 1879, cuando fue capturado por la Armada de Chile luego de la Batalla Naval de Angamos. Desde esa fecha hasta el día de hoy ha estado bajo pabellón chileno, es decir, ha pasado más tiempo, 141 años, como dotación de nuestra Armada que el que sirvió en la Marina de Guerra del vecino del norte.
De acuerdo con las leyes de la guerra, cuando se apresa un activo del enemigo, este puede perfectamente ser utilizado nuevamente bajo la bandera de quienes lo tomaron, ejemplos de lo anterior hay muchos a través de la historia, tanto antigua como contemporánea.
También hay que tener en consideración a todos aquellos valientes, hombres, mujeres y niños, que ofrendaron sus vidas, tanto bolivianos, peruanos como chilenos, en aquella contienda acaecida entre 1879 y 1884 y el “Huáscar” es un recuerdo perenne de que una situación como esa no puede volver a repetirse entre pueblos que se llaman a ellos mismo hermanos.
Por tanto, la devolución de un símbolo tan trascendente como es el “Huáscar”, no solo sería una falta de respeto a todos los marinos que lo defendieron, partiendo por el almirante Miguel Grau Seminario, como también a los que con inteligencia, valentía y audacia subieron a su cubierta mientras la nave era hundida por su propia tripulación.
No se trata de mantener una “narrativa belicista”, como tampoco viejos y trasnochados patrioterismos o chauvinismos del pasado, sino que conservar una tradición que honra a todos los que con sus vidas y su sangre supieron defender con orgullo sus respectivas banderas.